#ElPerúQueQueremos

Choledad

Publicado: 2012-05-25

OLVIDO, SILENCIO, SOLEDAD

Alguien está detrás de todo esto

Siempre he detestado los bailes colectivos, siempre he sentido una vergonzosa envidia al ver a otros sacudiéndose como babuinos repitiendo hasta la estupidez los mismos movimientos del meneíto, la macarena, el aserejé, el baile del mono, del gorila, del azúcar y tantas otras coreografías.

Puedo jurar solemnemente sobre los huesos del flaco Freddy Roland, que alguna vez lo he intentado, debidamente embriagado y encandilado por un buen par de caderas, he tratado de rendirme ante el sonsonete machacón de algún musiquero pedagógico – sea cualquiera, desde Rulli Rendo, hasta Daddy Yankee, pasando por la imperdonable Angela Carrasco- para terminar de la misma lamentable manera: azorado y sintiendo sincera lástima por esos pobres asalariados que tras un año -o una semana- de arduo trabajo, necesitan desesperadamente divertirse.

Tantas damas y caballeros honorables que cada año nuevo demuestran que sí son capaces de divertirse, que fuera de sus responsabilidades habían sido tan alegres, constantemente interrumpidos por sus críos pequeños, obligan a los petrificados abuelos nonagenarios a demostrar su vitalidad, brincando como buitres achacosos. Algunos se van embriagando hasta tener el valor suficiente para restregarse alguna inmundicia, alguna obscena incestuocidad; pero entonces ya es hora del abrazo, del gran abrazo familiar del cual, el único excluido será el pariente borracho a quien todos echan a la calle – mismo profeta del antiguo testamento- por no haberse sentido suficientemente valorado y haber vociferado algún tenebroso secreto, alguna cagada, alguna perversión. Pasa hasta en las mejores familias, carajo.

Por eso, si de bailar se trata, es preferible la artesanía individual, encontrar al azar, por ejemplo; una carioca sambadeira y enzarzarse en un delicioso intercambio de ritmo, hasta transar en una cadencia recién inventada por los dos; enfrentarse a una bailaora sevillana y terminarla a ritmo de landó, o sencillamente menearse solitito en un reggae con pasos de capoeira.

Lo mismo ocurre con los rituales masivos: Dar la vuelta a la plaza de armas del Cusco en contra del reloj que marca el año nuevo, resulta tan borreguil y patético como lanzar collares en el Mardi grass para ver las tetas de alguna universitaria o hacer cola para reventar botellas de champagne en la cabeza del milagroso sapito de Copacabana. Muy digno de cualquier reportaje para I Entertaiment Televisión. Asu, cómo se vacilan esos gringos.

Pero sacrificar un poco de sangre en un altar solitario, coronar silenciosamente una cumbre, bañarse calato con el amor de tu vida en alguna ignota playa o pronunciar olvidados conjuros a la luna, pueden ser instantes en que uno se siente sorprendentemente vivo y peor aún, feliz.

¿Cuándo caímos en el cretinismo colectivo y porqué seguir criando hijos en él?

Todos necesitamos rituales, pero los seres humanos somos rito y símbolo también.

¿Es que preferimos renunciar a la individualidad?, la libertad de crear sólo ha sido olvidada por puro conformismo. No pues, la creación no ha terminado, crear es una responsabilidad y un privilegio, Si los dioses están descansando, es nuestro tiempo, es tiempo de Creactividad.

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